La Ucrania de Zelensky sigue adelante con su política autoritaria e intolerante de ucranianización –asimilación lingüística y cultural– de las minorías rusas y/o rusófonas del este y sur del país. Unas minorías que representan aproximadamente entre el 20 y 30% de la población total de Ucrania (dependiendo de cuál sea el criterio: autopercepción étnica o lengua materna), según al menos el último censo nacional, realizado en 2001.
Es decir, antes de los cambios demográficos y territoriales (mortandad de soldados y civiles, desplazamientos internos, migraciones al extranjero, ocupaciones militares y anexiones formales) desencadenados por la crisis del Maidán de 2014: secesión de Crimea, guerra civil del Dombás e invasión rusa. Unos cambios para los que aún no disponemos de datos estadísticos certeros.
Este año, el gobierno ucraniano ha prohibido la Iglesia ortodoxa del Patriarcado de Moscú (sic). Sus antiquísimos templos y monasterios han sido transferidos de un plumazo, inconsultamente, al Patriarcado de Kiev, en lo que constituye una violación flagrante de la libertad religiosa de conciencia y culto. ¿Quién hubiera pensado que Europa, en pleno siglo XXI, retrocedería al odium theologicum de los siglos XVI y XVII, al fanatismo sectario y la persecución confesional de los tiempos de la Reforma y la Contrarreforma, a la barbarie de las guerras de religión? Habrá que resucitar a Locke para que vuelva a escribir su Carta sobre la tolerancia (1689-90).
Y no olvidemos que la derecha etnonacionalista que gobierna Ucrania y posterga las elecciones sine die (una derecha con grandes bolsones nostálgicos de banderismo, una ideología muy difícil de distinguir del neonazismo, especialmente en el caso de las milicias como el Batallón Azov) no ha cejado en su política de descomunización: a la destrucción de monumentos asociados al pasado soviético, le ha sumado la proscripción macartista de los partidos de izquierda, acusados de «espionaje», «derrotismo» y «traición a la patria». La prensa hegemónica de Occidente, por supuesto, nada dice sobre todo esto. Sólo tiene ojos para el chovinismo autoritario de Putin. ¿Doble estándar? ¿Doble vara?