“¿Por qué no han enterrado a Lenin? Un siglo de controversia” por KONSTANTIN TARASOV

El 21 de enero de 2024 marcó el primer centenario de la muerte de Vladímir Ulyánov (Lenin), el primer jefe del gobierno soviético. También fue otro aniversario incómodo para las autoridades rusas actuales. Los principales mandatarios del régimen se desentendieron básicamente de los centenarios de la Revolución de 1917, de la creación del Ejército Rojo y de la retirada de Rusia de la primera guerra mundial. En 2020, el 150 aniversario del nacimiento de Lenin también pasó sin pena ni gloria. Ni el 30 aniversario del colapso de la URSS en 2021 ni el centenario de su constitución en diciembre de 2022 fueron objeto de reconocimiento oficial alguno. La dirección rusa no critica ni celebra los aniversarios de acontecimientos clave del pasado soviético. Simplemente se desentienden.

Asimismo, el centenario de la muerte de Lenin ha pasado casi desapercibido, pero esto no significa que la sociedad no se interese por esta figura histórica. Al contrario, a lo largo de los últimos cien años las propuestas de trasladar el cuerpo de Lenin a una tumba han atizado acalorados debates sobre el significado de la Revolución, los símbolos de la Unión Soviética y el carácter moral del líder de la clase proletaria.

¿Por qué no enterraron a Lenin en 1924?
Lenin murió el 21 de enero de 1924 después de sufrir su cuarto ictus en dos años, causado por su arteriosclerosis (endurecimiento de las paredes de los vasos sanguíneos). Al día siguiente, su cuerpo fue embalsamado para el funeral, programado para el 27 de enero, y se expuso públicamente en la Casa de los Sindicatos. A lo largo de tres días, alrededor de un millón de personas, procedentes de toda la URSS, se acercaron para rendir homenaje al fundador del Estado soviético.

Al mismo tiempo, la Comisión Organizadora del funeral de Lenin, posteriormente denominada Comisión para Perpetuar la Memoria de Lenin, tuvo la idea de mantener conservado el cadáver de Lenin durante por lo menos un mes. Félix Dsershinsky, presidente de la Comisión, y algunos otros miembros de la dirección alegaron la necesidad política de permitir que la gente manifestara su último adiós al cuerpo del gran líder revolucionario. Pese al rechazo de otros miembros de la Comisión, consideraron que el entierro abierto no constituía un culto casi religioso, sino un tributo respetuoso a un gran hombre.

Vladímir Bonch-Bruyévich, íntimo amigo de Lenin, recordó que Nadeshda Krúpskaya y otros parientes estaban en contra de la momificación de Lenin. No existe ninguna prueba precisa de esto, aunque el 30 de enero de 1924 la mujer del difunto líder publicó un artículo en el periódico Pravda en el que urgía a la clase trabajadora y al campesinado a no generar un culto en torno a la figura de Lenin. “Os ruego encarecidamente”, escribió Krúpskaya, “que no dejéis que vuestro duelo por Lenin se convierta en adoración. No erijáis monumentos y palacios en su nombre ni organicéis fastuosas celebraciones en su memoria, etc., ya que todo eso significaba tan poco para él, quien detestaba esas cosas.” No obstante, en el artículo no mencionó cómo prefería ella que fuera enterrado.

A pesar de todo, el Buró Político del Partido Comunista (Politburó), decidió que el ataúd de Lenin permaneciera sin enterrar durante al menos un mes más. La Comisión publicó la decisión correspondiente el 26 de enero en nombre de la Presidencia del Comité Ejecutivo Central de la URSS. Señaló que en respuesta a numerosas peticiones de delegaciones que no podían llegar a Moscú para el funeral se tomó la decisión de conservar el cuerpo de Lenin en la cripta abierta el público. Para entonces ya se había construido un mausoleo temporal de madera en la Plaza Roja.

A pesar de que la Comisión se comprometió a mantener el cadáver temporalmente en el mausoleo, comenzó a haber cada vez más debates sobre la posibilidad de conservar el cuerpo durante “un tiempo posiblemente prolongado”. Mientras tanto, a finales de febrero, se informó de que el cuerpo de Lenin empezaba a deteriorarse. Cuando las bajas temperaturas ‒que habían mantenido a raya los procesos naturales‒ comenzaron a subir, aparecieron los primeros signos de descomposición. Los expertos consultados por la Comisión no fueron capaces de proponer una manera satisfactoria de mantener la apariencia del difunto. Algunas soluciones no garantizaban eficacia a largo plazo, mientras que otras, como la aplicación de líquidos reparadores similares a preparados anatómicos en frascos, fueron rechazadas por razones estéticas. En esta situación, los miembros de la Comisión se inclinaban más por enterrar los restos mortales.

Sin embargo, uno de los expertos implicados propuso un remedio diferente. Vladímir Voróbyov, profesor de Anatomía en la Universidad de Járkiv, afirmó que estaba dispuesto a llevar a cabo los procedimientos necesarios para la preservación del cuerpo. La Comisión se aferró a esta última oportunidad, dando luz verde a Voróbyov. El 25 de marzo de 1924, el partido anunció su decisión de “adoptar medidas que ofrece la ciencia para la conservación a largo plazo del cuerpo de Lenin”. Al día siguiente, el profesor Voróbyov y sus asistentes comenzaron el embalsamamiento aplicando una tecnología experimental. Si el equipo anatomista no hubiera intervenido a tiempo, no cabe duda de que Lenin habría sido enterrado. Su compleja labor duró tres meses.

Durante este periodo, el mausoleo permaneció cerrado para al público. Por lo visto, cautiva de la idea de preservar el cadáver, la dirección del partido olvidó que el motivo inicial de conservar los restos mortales era el de permitir a la población rendir homenaje a Lenin. Para el régimen, el cuerpo se convirtió gradualmente en un símbolo de las ideas inmortales del líder. Las discusiones en el partido giraban en torno a la creación de un lugar de peregrinación para las masas comunistas de todo el mundo y la transformación de la tumba de Lenin en un emblema de inmortalidad. Voróbyov y su equipo lograron desarrollar una técnica de preservación del cuerpo durante años.

 ¿Por qué no enterraron a Lenin en 1991?
Durante todo el periodo soviético, el mausoleo de Lenin formó parte integral de los ritos políticos. La tribuna del mausoleo fue el escenario tradicional desde el que los líderes soviéticos pronunciaban sus discursos ante las multitudes congregadas con motivo de las principales efemérides, como el 1º de Mayo, el Día de la Victoria, el aniversario de la Revolución de Octubre y otras. Los dirigentes supremos del Estado se apoyaban literalmente en la autoridad de Lenin cuando lanzaban sus alocuciones. El primer presidente del gobierno soviético pasó a ser no solo la encarnación del Partido Comunista y de la ideología soviética, sino también un símbolo nacional y una autoridad moral incuestionable.

Al igual que sus predecesores, Mijaíl Gorbachov, el último secretario general, trató de legitimar su política de perestroika invocando a Lenin. Las justificaciones de las reformas encaminadas a democratizar el sistema político, introducir relaciones de mercado o proclamar la libertad de expresión incluían referencias a los tiempos en que el líder de la clase proletaria mundial todavía estaba vivo.

Sin embargo, las críticas a los fundamentos del socialismo habían crecido gradualmente en la sociedad. Se cuestionaron decisiones de la dirección del partido y del propio Lenin. Se denunció la idealización de Lenin en el pasado y se diseccionó su imagen moral. El líder del proletariado fue incluso objeto de difamación. Sin duda, la desacralización de su imagen reflejaba la crisis del sistema político que había personificado.

En 1989, cuando Lenin todavía era un pilar inamovible del régimen, se planteó públicamente la cuestión del entierro de su cuerpo. El primero en traer a colación el asunto fue Mark Sajárov, director de teatro y cine. El 21 de abril de 1989, durante una emisión en vivo del programa de televisión Vsglyad, dijo: “Podemos odiar a una persona tanto como queramos, o al contrario, podemos amarla hasta el infinito, pero no tenemos derecho a privar a un cuerpo humano del derecho a ser enterrado, pues estaríamos actuando como antiguos paganos.” Las palabras de Sajárov fueron muy criticadas en el Pleno del Comité Central del Partido Comunista. A raíz de este escándalo, el jefe del Comité Estatal de Radiotelevisión de la Unión Soviética, Gosteleradio, perdió su empleo.

Dos meses después, el 2 de junio de 1989, la cuestión del entierro de Lenin volvió a plantearse en la Primera Convención de Diputados del Pueblo de la URSS. Esta vez, el escritor Yuri Karyakin afirmó que Lenin supuestamente quería ser enterrado junto a la tumba de su madre en el cementerio Volkóvskoye de Leningrado. El 2 de septiembre de 1991, la Convención de Diputados del Pueblo avanzó la misma propuesta por iniciativa de Anatoly Sobchak, alcalde de San Petersburgo. El alcalde de Moscú, Gavriil Popov, apoyó más tarde la propuesta de Sobchak. Aunque no existe ninguna prueba documental de la última voluntad del líder, los rumores al respecto siguen circulando hasta nuestros días. Serguéy Debov, a la sazón director del laboratorio de investigación en el Mausoleo de Lenin, probablemente dio en el clavo cuando señaló que “me parece que quienes hoy quieren enterrar a Lenin desean enterrar el leninismo”.

No obstante, en aquel entonces había mucha gente que defendía la vigencia de este crucial símbolo soviético. Según una encuesta realizada por el Instituto de Marxismo-Leninismo en noviembre de 1990, el 59 % de las personas encuestadas valoraban positivamente la personalidad del fundador del Estado soviético. Quienes se oponían al entierro de Lenin impulsaron una campaña para proteger el mausoleo. En Moscú se crearon comités públicos en defensa de Lenin y la asociación Lenin y la Patria. Enviaron un telegrama a Gorbachov exigiendo que “impida un acto vandálico sin precedentes y un crimen que podría acarrear consecuencias trágicas e imprevistas”.

La prensa publicó declaraciones de familiares de Lenin en que expresaban su preocupación por el traslado propuesto de los restos de su antepasado a San Petersburgo. El diario Pravda instó a Gorbachov a oponerse a la retirada de los restos del líder de la Revolución de la Plaza Roja. Patrullas de voluntarios hicieron guardia ante el mausoleo. Se congregaron manifestantes junto a la muralla del Kremlin con pancartas que rezaban “¡Kolchak no lo consiguió, así que Sobchak tampoco!” Naturalmente, en tales circunstancias, la propuesta de enterrar a Lenin no podía prosperar.

¿Por qué no enterraron a Lenin en 1997?
Tras el colapso de la URSS, la nueva dirección de la Federación Rusa, encabezada por el presidente Borís Yeltsin, no se apresuró a retirar el cuerpo del fundador del Estado soviético. Propuestas como la del alcalde de Moscú, Yuri Lushkov, planteada en octubre de 1993, de “restablecer la apariencia histórica de la Plaza Roja” retirando no solo el cadáver de Lenin, sino toda la necrópolis que hay junto a la muralla del Kremlin, no tuvieron eco. Probablemente, esto se debió a que las dolorosas reformas encaminadas a liberalizar el sistema económico y el brutal empobrecimiento de la población hicieron que en Rusia aumentara todavía más la popularidad del programa socialista, personificado por Lenin. En un momento tan propicio para una revuelta social, las autoridades no querían seguir caminando sobre una capa fina de hielo.

Sin embargo, la cuestión se politizó cada vez más. En diciembre de 1995, en pleno ascenso del descontento de la población y de la nostalgia por la estabilidad soviética, el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) ganó la mayoría de la Duma estatal [la cámara baja del parlamento federal]. A partir de ahí comenzó un conflicto prolongado entre el grupo parlamentario del PCFR y el presidente.

La cuestión de la retirada de Lenin del mausoleo pasó a formar parte de este conflicto. En noviembre de 1996, V. I. Varénnikov, miembro del PCFR, presentó una propuesta de ley en la Duma estatal, titulada “Sobre el estatuto de la Plaza Roja de Moscú” y que prohibía la reconstrucción y ampliación de edificios en la Plaza Roja que alteraran su apariencia histórica. Está claro que la ley iba en contra de cualquier iniciativa para enterrar el cuerpo de Lenin. No obstante, el 14 de marzo de 1997, durante una reunión con los directores de los principales periódicos rusos, Yeltsin declaró que Lenin debía ser enterrado, como supuestamente dispuso él mismo, junto a la tumba de su madre en San Petersburgo.

En respuesta a ello, el 2 de abril de 1997 la Duma estatal emitió una declaración especial sobre las palabras de Yeltsin, calificándolas de ilegales. La declaración rezaba:

El sesgo político de las manifestaciones del presidente es evidente. Concuerdan con los intereses de determinados círculos influyentes que pretenden distorsionar la historia de Rusia y eliminar de la memoria popular todo lo relacionado con su periodo soviético, a saber, sus reliquias, monumentos y santuarios.

El 4 de junio de 1997, la Duma estatal aprobó finalmente la ley Varénnikov, pero una semana después, el Consejo de la Federación [la cámara alta], que era más leal al presidente, la rechazó.

El conflicto no terminó allí. Pocos días después, Yeltsin propuso realizar una referéndum nacional sobre la cuestión del entierro de Lenin. “Los comunistas, por supuesto, estarán en contra, pero estoy acostumbrado a combatirlos”, dijo entonces. La Duma estatal respondió con una nueva declaración, llamando a las autoridades y a la ciudadanía de Rusia a “impedir un acto de revancha política contra Lenin” y calificando la propuesta de enterrar el cuerpo del antiguo líder de “vandalismo declarado”. Hasta Alexy II, el patriarca de la iglesia ortodoxa, citado inicialmente por Yeltsin, urgió a resolver la cuestión de manera que “no siembre la discordia o enemistad en la sociedad y no altere la paz y armonía en el país”.

Un sondeo a escala nacional realizado en julio de 1997 por la Fundación de la Opinión Pública mostró que el porcentaje de personas que estaban en contra y a favor del entierro de Lenin era aproximadamente igual: 42 % y 41 %, respectivamente. A raíz de este resultado se abandonó la idea del referéndum y la propuesta desapareció en un cajón. Fuentes del Kremlin explicaron a la prensa que un referéndum sobre el mausoleo se habría convertido en un voto de confianza en el gobierno de turno. En el contexto de una situación económica difícil, podría haber asestado un golpe doloroso al ya deteriorado prestigio del presidente.

¿Por qué no entierran a Lenin en 2024?
Vladímir Putin, el nuevo jefe del Estado, expuso por primera vez su punto de vista sobre la cuestión durante una conferencia de prensa de julio de 2001: “El país ha vivido bajo del monopolio del Partido Comunista durante 70 años. Abarca la vida de generaciones enteras, y por eso la gente asocia sus propias vidas con el nombre de Lenin. Para estas personas, su entierro significaría que han estado venerando valores equivocados, que han configurado sus vidas de un modo erróneo y que han vivido en vano.” En su opinión, “la estabilidad y un determinado consenso en la sociedad son los logros más significativos de los últimos tiempos.” Y había que preservarlos.

El debate público sobre el entierro de Lenin se reaviva sistemáticamente cada pocos años, siguiendo un guion que se repite. Alguna figura pública, a menudo un alto funcionario, declara que es necesario retirar el cuerpo de Lenin del mausoleo. Entre las personas que han planteado esta propuesta en varias ocasiones figuran el enviado presidencial al Distrito Federal Central, Georgy Poltavchenko, el cineasta Nikita Mijálkov, el diputado a la Duma estatal Vladímir Medinsky, la periodista Ksenia Sobchak, el presidente de la República Chechena Ramsan Kadírov. Varias personalidades públicas contestan y el asunto se discute acaloradamente en la prensa. Finalmente, el propio Putin o alguien en su nombre asegura que la cuestión del traslado del cadáver fuera del mausoleo no está en el programa.

No obstante, vamos a resumir los principales argumentos que se esgrimen en estos debates. Quienes apoyan el entierro de Lenin basan a veces sus propuestas en su preocupación por el líder soviético. Expresan la idea de que deberían enterrarlo como es debido y que la situación actual no concuerda con las prácticas cristianas. Asimismo se refieren regularmente a la voluntad no demostrada del propio Lenin, alegando su deseo de ser enterrado junto a su madre en el cementerio de Vólkovo. Otros se refieren a cuestiones de interés público: tener el cementerio en la Plaza Roja, donde se celebran regularmente festividades públicas, es inoportuno. Finalmente, los más radicales consideran que Lenin es un símbolo obsoleto, por no decir un declarado criminal de Estado.

Quienes se oponen a retirar los restos mortales insisten en la necesidad de respetar a Lenin como político, por su legado o la memoria del pasado soviético como tal. Incluso personas que tienen una imagen negativa del líder de la clase proletaria piensan que el entierro sería una falta de respeto por la historia del país y expresan su preocupación de que podría generar divisiones en la sociedad. Finalmente, hay quienes argumentan que el destino del cadáver de Lenin es un asunto que no inquieta a casi nadie y no es lo más urgente.

No cabe duda de que el mausoleo es un símbolo incómodo para las autoridades rusas. Los presidentes del país ya no organizan desfiles delante del mismo. El 12 de junio de 2003, en el Día de Rusia, el mausoleo de Lenin se cubrió por primera vez con una bandera nacional. Desde 2004, para el Día de la Victoria y otras congregaciones masivas en la Plaza Roja, se ha ocultado siempre con mamparas de madera contrachapada. Este detalle ilustra claramente el hecho de que la dirección rusa no desea que se asocien festividades importantes con el líder soviético.

El propio Putin ha mencionado a menudo a Lenin en un contexto negativo. En 2019, durante su principal conferencia de prensa anual, el presidente dijo que la decisión de Lenin de conceder a las repúblicas soviéticas el derecho de secesión fue “un error fundamental en la construcción de un Estado”. No obstante, concluyó su discurso hablando del futuro del cuerpo embalsamado de Lenin: “En mi opinión, no hay necesidad de trasladarlo. Al menos mientras haya mucha gente que asocia sus propias vidas, sus trayectorias vitales, con Lenin.” En general, la posición de “mejor no atizar las brasas” en cuestiones que podrían provocar malestar en la sociedad ha permanecido intacta en las políticas de memoria de Rusia a lo largo de los últimos veinte años.

La preocupación por el hecho de que la retirada del cuerpo del mausoleo pudiera causar división social no carece de fundamento. El Centro Levada, una entidad independienteha sondeado periódicamente la opinión pública sobre el entierro de Lenin. El último sondeo se realizó entre el 24 y el 28 de octubre de 2017. La pregunta fue: “¿Hay que mantener el cuerpo de Lenin en el mausoleo o retirarlo?” Los resultados se basaron en entrevistas con 1.600 personas de 137 núcleos urbanos de 48 regiones del país. Al final, la idea de retirar el cuerpo del mausoleo y la de mantenerlo en lugar actual obtuvieron la misma proporción de votos: un 41 %. El 18 % fueron indecisos.

En 2020, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Lenin, la Fundación de la Opinión Pública realizó una encuesta en que pedía responder a la siguiente pregunta: “¿Que le viene a la mente en primer lugar cuando oye la palabra ‘Lenin’?” El historiador Borís Kolonitsky divide correctamente las respuestas en dos categorías. Unas ven en Lenin una figura histórica (asociada a la  “Revolución de Octubre”, “líder”, “comunismo”, “URSS”, etc.). En segundo lugar, asocian a Lenin con la nostalgia por la vida soviética (“juventud”, “juventud revolucionaria”, “pioneros”, “consignas”, etc.). En otras palabras, además de reconocer a Lenin como figura destacada del pasado del país, su imagen ha pasado a formar parte de la memoria sentimental de la historia personal de la población.

El cuerpo de Lenin en el mausoleo representa ante todo el símbolo nacional de la URSS, condición que adquirió durante los 70 años del régimen soviético. Su historia refleja la evolución de las actitudes con respecto al legado soviético. Hubo una desacralización de los restos del líder tras el colapso del Estado soviético. Al mismo tiempo, sus restos no perdieron su significado simbólico, de modo que el cuerpo de Lenin pasó a formar parte de las rivalidades políticas en las décadas de 1980 y 1990. Para ambos bandos, su entierro implicaba el rechazo del pasado soviético. En aquellos años hubo muchas personas que defendían y se oponían a esa iniciativa simbólica.

Hoy, Lenin sigue siendo un símbolo incómodo para las autoridades rusas. Resulta difícil incorporarlo sin problemas en la historia milenaria del Estado ruso. Por un lado, fue un revolucionario que luchó contra el imperio ruso. Por otro, fue el fundador del país cuya sucesora es la Federación Rusa. Las autoridades parecen preservar el cuerpo embalsamado como cualquier símbolo del Estado, como el gorro de Monómaco. A fin de cuentas, esto refleja su notorio deseo de proteger la historia del Estado frente a cualquier interpretación negativa.

El problema es que ofrecer la única versión real de los acontecimientos sería posible si el pasado se hubiera enfriado y no provocara acalorados debates públicos. A falta de consenso, la dirección del país trata de evitar la controversia pública y el enfrentamiento político, al entender que darían pie a una peligrosa división social. A resultas de ello, en vez de unir una sociedad profundamente dividida, los intentos de preservar el statu quo con respecto a Lenin contribuyen irónicamente a mantener esas divisiones e impedir la formación de una nueva identidad nacional de la Rusia de hoy.

24/01/2024

Posle

Traducción: viento sur

https://vientosur.info/por-que-no-han-enterrado-a-lenin-un-siglo-de-controversia/

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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