¿Qué quiere conseguir Putin con la invasión?

Del profesor emérito, Miguel Candel, 1/3/2022.

La respuesta es tan fácil que daría risa si no hubiera tanto dolor de por medio. El presidente ruso llevaba meses diciéndolo por activa y por pasiva: evitar que la OTAN, con sus misiles nucleares de alcance medio, se les metiera a los rusos en la cocina. Y Ucrania es la puerta de su cocina. En lugar de eso, la propuesta rusa ha sido siempre, machaconamente, que Ucrania se comprometiera a garantizar su neutralidad. Todos los demás considerandos (incluso lo del Bajo Don y sus 14.000 muertos, que es asunto discutible porque en el fondo se trata de un «asunto interno» de Ucrania que no tendría, en principio, por qué afectar a Rusia), todo lo demás, digo, es irrelevante para el meollo del asunto, que no es otro que el principio conocido como «seguridad colectiva»: la seguridad de unos no puede buscarse a costa de la seguridad de otros. La seguridad (como la libertad) de A se acaba donde empieza la seguridad de B. Ante eso es irrelevante si el régimen ruso es democrático (que lo es formalmente pero con todos los déficits y corruptelas imaginables, exactamente igual que el de Ucrania), o si los americanos son imperialistas (que lo son), o si la UE es un satélite vergonzante de Washington (que lo es), o si Putin es un psicópata (que, al menos según una exministra del PP, Ana Palacio, no lo es en absoluto), o si los chinos son muy malos y aspiran a comerse el mundo, o si llueve en Sebastopol…
El principio de seguridad colectiva, así concebido, debería ser indiscutible, y sólo puede ser discutido desde la ignorancia más supina o desde la mala fe. Lo que sí es discutible (pero sin óbice de lo anterior) es si la respuesta rusa está siendo proporcional, justa o no. De entrada parece que no, porque tomar la iniciativa en un enfrentamiento militar a gran escala siempre suscita dudas sobre su proporcionalidad, dado el elevado coste en vidas y daños que comporta. Pero no siempre ni necesariamente es así. Al margen del caso que nos ocupa, como consideración general, una invasión a tiempo del territorio enemigo (Ucrania llevaba ocho años actuando como tal, aunque no atacara directamente a Rusia) puede evitar males mucho mayores. Hay un ejemplo clamoroso en la historia europea reciente: la pasividad de Francia e Inglaterra cuando Alemania invadió Polonia: se pasaron nueve meses papando moscas con la famosa «drôle de guerre» (que quiere decir «guerra de broma»). Si en vez de eso hubieran invadido Alemania (el estado mayor alemán lo temía), habrían cogido a la Wehrmacht, todavía insuficientemente rearmada, entre dos fuegos (la famosa pesadilla de Bismarck) y posiblemente la guerra no habría pasado a mayores y nos habríamos librado, al menos en parte, de la mayor de las catástrofes del siglo XX. En el caso de Ucrania, lo que podría dar verosimilitud a la hipotética (repito, «hipotética») justeza de la invasión actual sería la existencia de certezas en el seno del gobierno ruso de que, estando ya (como así es) conformada la estructura del ejército ucraniano con arreglo al sistema de mando y control de la OTAN, bastaba, como aquél que dice, «apretar un botón» para que la plena integración fuera un hecho y, con ella, la instalación de bases de misiles a 15 minutos de vuelo de los centros de mando del ejército ruso. Puesto que no sé si esa certeza existía o no en los dirigentes rusos (dejemos, por favor, de personalizar en Putin, como si nadie más pintara nada en Rusia, cosa que no es cierta por mucho poder personal que tenga don Vladimiro), el principio de prudencia me obliga a no justificar la invasión para no hacerme cómplice de un posible crimen. Pero nada más. Eso sí, si no supiera cómo las gastan en el otro bando (de eso sí que tengo certeza, aunque parece que a muchos les basta con una andanda y media de artillería propagandística para que esas certezas se les disipen), si no supiera, digo, todo lo que sé sobre nuestros «amigos» otanianos, no dudaría en pronunciarme vehementemente contra la maldita invasión. Pero como sé lo que sé, mi conciencia me impide hacerlo.
Dixi et salvavi animam meam.

Miguel

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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