Del profesor emérito Miguel Candel, 22/03/2022.
La ética está llena de situaciones éticamente irresolubles por su ambivalencia. Verbigracia: «Alguien en Rusia se ha hecho rico vendiendo chatarra de los desguaces militares a Ucrania. No sé si les deberían dar una medalla por sabotaje del ejército ucraniano o fusilarlos por traición.» (Observación de un comentarista de la guerra de Ucrania.)
Se me ocurre otro ejemplo histórico a mucho mayor escala: la ofensiva vietnamita del Tet (año nuevo chino de 1968). Según analistas militares norteamericanos, si en vez de lanzar incursiones en todas las ciudades al mismo tiempo, el Vietcong se hubiera concentrado en unas pocas, como Hue (antigua capital imperial), seguramente habría conseguido conquistarlas y mantenerlas frente a subsiguientes contraataques, contribuyendo así a inclinar la balanza de la guerra hacia su bando y evitando la enorme sangría de bajas sufridas por los guerrilleros. Sin embargo, según esos mismos analistas, el hecho de atacar simultáneamente en todas partes pocos días después de que el alto mando estadounidense dijera que el Vietcong estaba prácticamente derrotado, tuvo un efecto demoledor sobre la opinión pública norteamericana y su fe en la guerra, lo que se tradujo en un grande y creciente movimiento antibélico que acabó determinando la retirada final de las tropas y la caída del régimen títere de Saigón. ¿Qué era, pues, lo más correcto?
Si dejamos de lado la ética consecuencialista y nos quedamos con la ética de la convicción o de los principios, parece claro cuál ha de ser el juicio. Pero ¿es seguro, incluso como principio, que es mejor actuar por principios que previo cálculo de las consecuencias? Criterio que quizá valga también para la actual guerra de Ucrania. Porque tampoco aquí cabe descartar que la inacción por parte de Rusia hoy no hubiera conducido a una catástrofe de mayores proporciones mañana o pasado (contando con la «pequeña» catástrofe que llevaba ya ocho años produciéndose en el Donbass). Dilemas, dilemas, dilemas… Esos dilemas, amigos míos, son precisamente los que constituyen el núcleo y la esencia de la tragedia griega: Orestes, Electra, Antígona, etc.
Miguel
