“Venezuela y la defensa de la soberanía” por Ernesto Gómez de la Hera

Cuanto viene sucediendo y afectando a Venezuela en los últimos años, exacerbado en gran manera con ocasión de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, ilustra un buen número de las características que se vienen dando en la situación política internacional en los últimos treinta años: El recurso a métodos más y más brutales para mantener su dominio tradicional por parte de las oligarquías en declive, la agresión creciente del poder imperial occidental para evitar que sus antiguos satélites escapen de su control, la destrucción del ordenamiento jurídico internacional surgido tras la II Guerra Mundial (ordenamiento que, por más que burlado muchas veces, siempre fue hipócritamente respetado por Occidente), el despiste casi total de las presuntas fuerzas democráticas internacionales y la necesidad de defender la propia Soberanía como última esperanza de los oprimidos.

Desde luego no es Venezuela el único espejo en que se pueden ver todas esas características y algunas más, pero sí es el más cercano para nosotros, por formar parte de una colectividad de naciones a la que, pese a quien pese, también pertenecemos. Por eso los acontecimientos de Venezuela ocupan tanto espacio en los medios de comunicación españoles y tan poco, por más que se nos intente engañar también con esto, en los de otros países occidentales. Por eso, igualmente, se intenta usar esos acontecimientos como arma en la luchas internas del bloque de poder español, llegando a convertir el Congreso en una parodia de asamblea de facultad. Y por eso vamos a procurar aquí aclarar algunas cosas.

Venezuela, casi desde su independencia, estuvo acomodada en el patio trasero de EE.UU. La oligarquía local, siempre dividida en banderías por pillar más parte de los beneficios extraídos a los explotados, jamás planteó a Washington más problemas que las manifestaciones masivas que hubo contra la visita a Caracas de Nixon, durante su vicepresidencia (manifestaciones motivadas principalmente por el hecho de que acababa de caer la dictadura de Pérez Jiménez, a la que EE.UU, había apoyado sin rebozo). Además la explotación del petróleo, iniciada hace ahora un siglo, sirvió para estrechar aún más los lazos, y los beneficios, entre Washington y Caracas. Así fueron las cosas hasta los años 80 del pasado siglo cuando una crisis fortísima hizo que los pocos recursos que llegaban a los más humildes cesaran de llegar. Como siempre en estos casos la oligarquía, al no disponer ya de zanahorias, recurrió al palo y así se llegó al Caracazo de 1989 y los casi 3.000 muertos causados por el ejército y la policía. Esto deslegitimó a los gobiernos turnantes acostumbrados (AD y COPEI) y abrió la posibilidad de una nueva época política de gobierno verdaderamente democrático. Esta época empezó en 1998 con la primera victoria electoral de Chávez. Y a partir de entonces la oligarquía venezolana, incapaz ya de imponerse en una contienda electoral, comenzó a recurrir a toda clase de métodos antidemocráticos: atentados terroristas, golpes de estado, sabotaje de la industria petrolera, llamamientos a la intervención de fuerzas extranjeras…, siempre en una escalada que no cesa y que debería dejar bien claro a cualquier persona de convicciones democráticas que no queda más remedio que procurar eliminarla como fuerza política y social.

Naturalmente los jefes superiores de la burguesía compradora venezolana, cuando vieron que el país escapaba a su control, pusieron todo de su parte para ayudar a los antiguos oligarcas a recuperar su poder. Así Venezuela viene sufriendo desde hace años una serie de sanciones ilegales (hay que recordar que el Derecho Internacional Público no reconoce como legales más sanciones que las aprobadas por Naciones Unidas) impuestas por EE.UU. Estas sanciones han originado una gran carestía de productos básicos, lo que ha afectado principalmente a las clases más humildes de la población venezolana. El gobierno ha instaurado una serie de programas (las llamadas Misiones) para sostener la economía venezolana, pero debemos recordar que las sanciones ilegales dificultan el comercio exterior de Venezuela, pues este requiere tener divisas e impedir la obtención de estas es uno de los objetivos a que se dirigen las sanciones. Podría pensarse que, puesto que Venezuela es un gran exportador de petróleo, no es tan fácil impedir su acceso a los dólares (aunque empieza a existir un mercado petrolífero que usa el yuan chino, todavía el dólar hegemoniza abrumadoramente este comercio). Seguramente por eso Venezuela ha visto como todo el oro de su propiedad depositado en bancos extranjeros ha sido requisado, lo que significa una nueva burla al Derecho. Y es que los EE.UU. y sus satélites hace ya tiempo que decidieron sustituir el Derecho Internacional por eso que llaman el “orden basado en reglas”. Orden que culmina en las órdenes que obedientemente cumplen sus satélites, abdicando de sus propias tribunales para acatar a los gringos, como acaba de suceder en la R. Dominicana con un avión de propiedad venezolana. Esas reglas estadounidenses, además, varían tan a conveniencia como Groucho Marx variaba sus principios. No en balde EE.UU. es el país que siempre se ha negado a firmar la mayoría de los Pactos y Convenios que, surgidos de Naciones Unidas, vertebran un ordenamiento jurídico internacional reconocible y, al menos formalmente, igual para todos los estados independientemente de su tamaño y poder. Lo único que EE.UU. no ha hecho contra Venezuela, por más que sus monaguillos locales lo hayan pedido, es invadir Venezuela. Probablemente por el costo militar y político que ello tendría en unos momentos en que la situación internacional no les pinta ya tan favorablemente como solía. También puede que se abstengan de hacerlo por pensar que, a pesar de todo, es posible llegar a un acomodo con el gobierno venezolano que les permita seguir contando con su petróleo. Este acomodo va parejo a que sus sucesivos lacayos venezolanos (Guaidó, Ledezma, González, Machado,…) han demostrado una absoluta incapacidad para obtener apoyo en el interior de Venezuela. Una prueba de ello es que el 28 de julio, en un país sometido a una presión exterior asfixiante y con todos los venezolanos machacados con el mantra de que esa presión cesaría si votaban a González, sólo el 41% de los electores apoyaron al candidato de la oligarquía. Y tampoco es que hayan obtenido mucho apoyo en el exterior, como demuestra la escasa asistencia a las “manifestaciones” orquestadas en diversas ciudades del mundo. Y es que la inmensa mayoría de la diáspora venezolana es gente humilde que se ha visto forzada a salir de su país, sobre todo hacia Colombia por su proximidad, por el cerco económico, no por desafección hacia el gobierno. Incluso en Madrid, donde se viene concentrando el “exilio” oligárquico venezolano, las concentraciones sólo agrupan a unos centenares de personas (sólo una parte son venezolanos), mientras que los datos existentes muestran que hay millares y millares de venezolanos en nuestro suelo.

Junto a estos hechos está luego la llamada narrativa. Esa que transforma las cosas y quiere hacernos ver lo blanco negro y, en lugar de un país agredido, una dictadura feroz y odiada por su pueblo. Los medios de manipulación de masas actuales han dejado pequeño a Goebbels y ya no hace falta repetir mil veces una mentira para hacerla pasar por verdad. Basta con muchas menos repeticiones. No obstante hemos leído y escuchado hasta hartarnos que la candidatura de los oligarcas ha publicado las actas electorales del 28 de julio y Maduro, como ellos personifican, no. La verdad es que esas pretendidas actas publicadas han sido falsificadas en los centros de guerra cognitiva que proliferan en Occidente a disposición de quien pueda pagarlos. Y a la gente de González y Machado no les falta el dinero. Por contra, esas pretendidas actas, no fueron presentadas ante el Poder Electoral venezolano, donde sí que lo fueron las verdaderas que avalaban el triunfo de Maduro. Tampoco fueron presentadas ante el Tribunal Supremo, que es donde finalmente se sustanció la cuestión en cumplimiento de la Constitución venezolana. Esa que desconocen y rechazan los oligarcas, como demuestra igualmente la serie de atentados terroristas desencadenados tras el 28 de julio y que costaron la vida a varias personas, incluidos agentes de la ley. Atentados que cesaron de inmediato en cuanto los autores (muchos habían entrado al país en las semanas previas, ya entrenados para actuar) fueron detenidos. Por supuesto la llamada narrativa dijo que las víctimas eran de los suyos y los detenidos unos santos varones. Igual que ha puesto el grito en el cielo por las medidas legales tomadas para estorbar que la embajada argentina, luego de rotas las relaciones diplomáticas, se convirtiera en un foco de subversión, aunque el gobierno venezolano ha respetado escrupulosamente la Convención de Viena, a diferencia de lo hecho por el gobierno ecuatoriano que asaltó la embajada mexicana en Quito sin que nadie se rasgara las vestiduras en Occidente. Comparado con esto lo de las manifestaciones masivas encabezadas por Machado, cuyas fotos aéreas mostraban que apenas reunían dos mil personas (en Caracas y sin que nadie las hostigara), no pasa de ser una mentira blanca.

Es cierto que algunas almas cándidas y presuntamente de izquierdas, de esos que desean hacer tortilla sin romper los huevos, se han dejado ganar por esa narrativa. Pero ello sólo prueba el desastre en que está sumida cada día más, material e ideológicamente, la izquierda. El hecho de que en nuestras filas, y en contra de todo lo que nuestros maestros nos enseñaron, haya quien atienda más a la superestructura ideológica (las mentiras de la narrativa), que a los hechos materiales, significa que tenemos mucho por hacer. Claro que hay quienes, pretendiendo estar dentro de las filas democráticas, se mueven unicamente por el miedo. Miedo a perder su pequeña parcela de mando y acomodo en la sociedad capitalista o miedo a que el poder imperial se dirija contra ellos, cuando nos referimos a quienes están al frente de sus países. Seguramente lo de los últimos (Lula, Petro) es más disculpable, pero hay que tenerlo en cuenta a la hora de saber con quien se puede contar.

Hay otros que, sujetando su regla y cartabón de “medir” las revoluciones, encuentran que el gobierno venezolano no entra dentro de sus cálculos ideales y que no hay allí ninguna democracia revolucionaria, ni ninguna construcción del socialismo en marcha. Razones por las que rechazan apoyar a Venezuela en esta grave situación. Desde luego es cierto que no hay, más allá de habladurías sin valor, un socialismo en construcción por allí. No hace falta entrar en mucho esfuerzo teorizador para verlo. Basta con advertir el tamaño demográfico y económico de la formación social venezolana para que esto nos salte a los ojos. En una sociedad sometida a un brutal ataque que coarta todas sus posibilidades de desarrollo humano, el gobierno lo único que puede hacer (como hace igualmente el gobierno cubano) es defender su Soberanía por todos los medios a su alcance y usarla, así como todos los recursos de los que aún disponga, para proteger a sus ciudadanos, al tiempo que evita que las raíces de la desigualdad (mercado negro, tráfico de influencias, corrupción oficial) campen libremente. Esto es lo que hace el gobierno venezolano y por ello merece todo nuestro apoyo. Este apoyo es débil, como débiles son nuestras fuerzas, pero ello no le hace menos decidido (que no quiere decir incondicional). El gobierno venezolano cuenta con otros apoyos mucho más importantes. Cuenta con el apoyo de todos los gobiernos no sometidos al poder de Washington y esos gobiernos representan una parte ya muy grande de la población mundial, aunque la narrativa establecida en Occidente no quiera enterarse. No somos tan ilusos como para creer que esos gobiernos forman un campo unificado y esperanzador para toda la humanidad. Se mueven por sus propios intereses y son esos intereses, no ninguna coincidencia ideológica, lo que hace que apoyen a Venezuela. Como, si llegara el caso, apoyarían a cualquier otro país que se saliera de esa pretendida Comunidad Internacional de los 50 estados satélites de EE.UU. Y el gobierno venezolano hace muy bien en usar esos apoyos para seguir manteniendo su Soberanía y defendiendo a las clases más humildes de su país. Es en estas cosas en las que consiste la lucha de clases verdadera. No esa que algunos sueñan en sus despachos académicos. Y nosotros siempre estaremos de parte de los explotados en esa lucha y dispuestos a usar cualquier palanca en su favor, pues como dijo V. I. Lenin: quien espere ver una revolución pura, no la verá jamás.

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Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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