Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XVIII)

En los años sesenta la dictadura franquista se veía como un anacronismo –desde luego también la portuguesa y la griega-, como un sistema político insostenible, sin capacidad de renovación.”

José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus investigaciones se han centrado en la historia del socialismo y el comunismo. Sus últimas obras son El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España (2016) y Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (2018). El Viejo Topo ha publicado reciente La Internacional comunista y la cuestión nacional en Europa (1919-1939).
Centramos nuestra conversación en Historia del PCE, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2021, 254 páginas.

Estamos en el segundo capítulo de la 3ª parte del libro. Lo has titulado “El partido del antifranquismo” y lo has dividido en cuatro apartados: 1. De la política resistente a la de la “reconciliación nacional”. 2. Consolidación de la política de masas, por encima de nuevas divisiones. 3. Crisis, con debate, y continuidad. 4. Las luchas llevan en volandas al PCE. Estábamos en el debate de 1964, en este punto. Destacas en el libro la intervención de Ramón Mendezona. ¿Por qué?
Destacó el punto débil de la posición de Claudín, que no traducía su propuesta en una línea táctica movilizadora y en la medida en que no considera una etapa de transición entre democracia “burguesa”, oligárquica en el fondo, y socialismo, inmovilizaba al militante en una contemplación de futuro que resultaba tan subjetivista como la consideración de la realidad que hacia Carrillo; igual de subjetivista (¿era inevitable el socialismo?), pero menos estimulante para quien estaba sacrificando su vida por una lucha presente: “¿para eso estos 25 años? ¿para eso tanto esfuerzo, tanto sacrificio del partido?” recriminó Mendezona.

Desde tu punto de vista faltaron personas que equilibraran el debate (Sánchez Montero, desde la cárcel, así lo señalas, reconoció el acierto analítico de Claudín) y sobraron pirónamos. ¿Cómo explicar que no hubieran mediadores? ¿Por la hegemonía del carrillismo en la organización? ¿Por qué hubo, en cambio, tantos pirómanos (Líster, García)?
Pueden haber intervenido muchos factores: que Carrillo y Claudín estaban un escalón por encima (en su discurso político y en su jerarquía) con respecto al resto de los miembros de la dirección del partido, lo que dificultaba terceras intervenciones, terceras en sentido positivo; que la clandestinidad encerraba de manera claustrofóbica todo, también el debate; que la tendencia histórica en el movimiento comunista fue polarizar las diferencias, y también que tanto Carrillo, secretario general de las Juventudes Socialistas en 1935, como Claudín, que lo era de las Comunistas, se conocían demasiado, desde el principio de su activismo político, y eran dos personalidades fuertes, dos gallos hegemónicos, no acostumbrados a dar su brazo a torcer ni a la primera ni a la segunda.

Cuando afirmas que Eduardo García era “el hombre de los soviéticos en el ejecutivo del PCE”, ¿qué quieres decir exactamente? ¿Que estaba a su servicio, que le financiaban? ¿Con qué objetivo? ¿No estaban en aquel entonces Carrillo y Pasionaria muy cerca de las posiciones del PCUS?
Sencillamente que era el dirigente que tenía mayor grado de afección a los dirigentes del PCUS. A partir del Informe Kruschev, el reconocimiento a los dirigentes del PCUS empezó a dejar de ser incondicional. Se acabó el culto a la personalidad y se abrió el campo de la crítica. Si esta se desarrollaba o no ya dependía de las capacidades de quien la hacía y de los condicionantes políticos del momento.
Carrillo tenía suficientes capacidades como para tomar sus propias posiciones y en 1968 el episodio de Checoslovaquia puso a la política que había impulsado en el partido en un tris de quedar desautorizada por los hechos de los soviéticos. El PCE había venido presentando la gestión de Dubcek como un claro avance del movimiento comunista en el sentido democrático. A partir de ahí se alejaron Carrillo y la dirección del PCUS.

¿Fueron dichas aquellas palabras que se atribuyen nornalmente a Pasionaria: “intelectuales, cabezas de chorlito”? ¿Antiintelectualismo de Pasionaria si fue así?
Pues yo, como historiador, no puedo hacer caso de algo que se dice que se ha dicho. He de tenerlo documentado para considerarlo y analizarlo. Así que la segunda pregunta no puede tener respuesta por mi parte.

Claudín y Semprún fueron separados del ejecutivo del Partido a comienzos de abril de 1964 y quedaron separados del comité central y expulsados del partido en la primavera de 1965. ¿No había otra solución? ¿Era inevitable su expulsión, no había otra?
Con los estatutos en la mano, no.
No se tenía que haber llegado a la situación de ruptura pública, que llevó a Claudin a actuar fuera de las normas estatutarias (él conocía de sobras esas normas, no era precisamente un militante de a pie, ni recién llegado). Pero es más fácil decirlo, que hacerlo.

Haces referebcia a las repercusiones de la crisis en la dirección del PSUC. Jordi Solé Tura y Francesc Vicens (máximo dirigente del PSUC en el interior) fueron expulsados en noviembre de 1964, cuando, de hecho, afirmas, “ya habían abandonado el partido”. ¿Se veían venir la expulsión? ¿Estaban ya en otra onda?
En la práctica, estaban ya en otra onda. Has de tener en cuenta el factor del esfuerzo personal invertido y la legítima decisión de tomar el control de las propias actuaciones a partir de las propias convicciones, obviamente rechazadas.
Dicho eso, en el contexto cultural del movimiento comunista también era perfectamente legítima la decisión contraria: acatar la mayoría y esperar que el tiempo diera la razón a uno u otro, sin romper.

¿Qué consecuencias tuvo lo sucedido entre la militancia de base y los cuadros del PCE? ¿Incidencia en el sector obrero de la organización? Lo mismo te pregunto en lo que respecta al PSUC
Hubo una incidencia escasa, que si la contamos por sectores estuvo reducida al sector intelectual y al universitario.

Finalizas este tercer apartado con estas palabras: “De todas maneras, su transcendencia política fue mayor que esa mínima afectación organizativa. El debate fue uno de los de mayor calado que tuvo el partido, y muchos de los análisis de Claudín sobre la situación española -no todas sus interpretaciones ni sus conclusiones finales- acabaron siendo asimilados en la política del PCE en el tramo final de la dictadura”. ¿Fue entonces un adelantado a su época?
No fue un “adelantado”, como habitualmente se considera ese término. No se avanzó a su época, se situó en ella. Sus análisis eran correctos, sus deducciones tácticas y organizativas muy discutibles. Lo que reconoció en la práctica el PCE fueron esos análisis.

Por cierto, ¿qué posición mantuvo Sacristán en este debate?
No lo conozco en detalle. En cualquier caso, es obvio que no secundó a Claudín. Las desazones y diferencias de Sacristán con la política del PCE y la política comunista en general se produjeron, por lo que yo sé, a partir de 1968.

La formación del PCE (m-l) en 1964, ¿tuvo alguna relación con lo que comentamos?
Ninguna. Para ellos Claudín estaba a la derecha de Carrillo, y frecuentemente a Carrillo se le acusaba en los setenta de haber asumido posiciones “claudinistas”.

Una curiosidad: ¿por qué se sigue hablando del tema, de las expulsiones, casi cincuenta años después y no siempre desde una perspectiva histórica, como si fuera cosa de nuestro hoy?
Porque se usa esa cuestión como arma arrojadiza y cuanto más morbo haya en ella mejor para ese fin. Y porque generalmente se habla de ello, y de unas muchas otras cosas, sin conocimiento de causa ni pretensión de tenerlo.

Titulas el siguiente apartado: “Las luchas llevan en volandas al PCE”. ¿A dónde le llevaron? ¿Quiénes protagonizaron esas luchas?
Los protagonistas de esas luchas fueron trabajadores y estudiantes universitarios, que tuvieron el apoyo de una parte reducida del mundo intelectual de la época. Esas movilizaciones que se consolidan como un factor constante y no como episodios explosivos sin continuidad, como en las décadas de los cuarenta y los cincuenta, refuerzan la perspectiva de una lucha de masas contra la dictadura y en la medida que estuvieron en gran parte impulsadas u orientadas por el PCE y el PSUC “llevaron en volandas” a las dos organizaciones comunistas hacia el liderazgo de la lucha contra la dictadura.

Abres el apartado señalando que Carrillo consideraba que la situación del franquismo y la actitud de la oligarquía española daban a España una diferencia fundamental respecto a Occidente que favorecía la singularidad de una revolución española. ¿No había en Europa, en aquellos años sesenta, otros países en circunstancias bastante parecidas? Portugal, Grecia, por ejemplo. ¿La opresión de la dictadura no era más bien un impedimento para avanzar por senderos revolucionarios?
La dictadura en los años sesenta no era la de los cuarenta, cuando el fascismo era hegemónico en Europa y el franquismo formaba parte de esa hegemonía.
En los sesenta la dictadura franquista se veía como un anacronismo –desde luego también la portuguesa y la griega-, como un sistema político insostenible, sin capacidad de renovación. La opresión no podía tener la fuerza aniquiladora de los años posteriores a la guerra civil y, por el contrario, empujaba a la rebelión democrática que acabaría en un movimiento de ruptura política. Era, se consideraba, una situación muy diferente a la de “Occidente”, donde el neocapitalismo se beneficiaba de la pasividad de las masas.
Visto en perspectiva fue una de las consideraciones más subjetivas del PCE, una de las que con más lucidez criticó Claudín.

Haces referencia al concepto de “democracia política y social” que Carrillo expuso en Después de Franco, ¿qué?, el documento fundamental del VII Congreso del Partido. ¿A qué se hacía referencia con esa noción?
Noción clave para establecer una línea de continuidad entre la recuperación de un sistema de libertades políticas y la configuración, a través de él y del apoyo de la gran mayoría de la población, de una democracia avanzada también en la esfera económica como en todos los campos de las relaciones sociales, que sería la antesala de la construcción del socialismo.
No era simplemente una concepción evolucionista, porque el sistema no avanzaría por sí solo en esa dirección; los cambios se producirían por el empuje de las clases populares, más delante de lo que se llamó la “alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura”, que sería el que forzaría los saltos cualitativos del sistema.

¿La formación del SDEUB, del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona, supuso la derrota del franquismo en la universidad?
Su formación y consolidación entre 1965 y 1967 supuso una derrota absoluta del franquismo: hundió todas las estructuras de control social del régimen en la universidad, el SEU, las Asociaciones Profesionales de Estudiantes y las Asociaciones de Estudiantes. Y generalizó una cultura democrática en la universidad que ya no tuvo marcha atrás; la influencia del fascismo y de las formas más mitigadas de autoritarismo franquista quedó reducida a la mínima expresión. Nada que ver con la universidad de los cincuenta.

¿El “Manifiesto por una Universidad democrática” del SDEUB (Sacristán fue su autor) no era algo o mucho más que una manifiesto democrático? Parece que la perspectiva socialista está muy presente en sus páginas. No sé si las universidades de nuestra democracia actual cumplen con todos los requisitos anunciados en ese manifiesto.
No era “mucho más” porque partía de la consideración de que la democracia formaba parte intrínsecamente del socialismo y sólo en él era realizable.

Tomemos otro descanso, el último.
De acuerdo, como quieras.

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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