En el Libro del Apocalipsis en el Nuevo Testamento se habla de cuatro jinetes con autoridad «para matar a la cuarta parte de los habitantes de este mundo con guerras, hambres, enfermedades y ataques de animales salvajes». Durante siglos y en muy diversas culturas fueron la expresión de las grandes amenazas que se cernían sobre los seres humanos.
En 1916, casi dos mil años después de la leyenda del Nuevo Testamento y unos dos mil seiscientos de su primera versión en los libros de Ezequiel y Zacarías, Vicente Blasco Ibáñez publicó una de las novelas más exitosas de nuestra literatura contemporánea, precisamente titulada Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Narrando las vicisitudes y controversias entre dos familias ideológica y políticamente enfrentadas, seguía viendo en la sociedad de su tiempo las mismas y concretas cuatro expresiones de la desolación y el horror: la Peste, la Guerra, el Hambre y la Muerte.
Es muy posible, como ha demostrado la pandemia o los avances que, a pesar de todo, se han realizado en la lucha contra el hambre y gracias al avance tecnológico y civilizatorio, que esos mismos jinetes no tengan la misma capacidad de destrucción generalizada que hace unos siglos. Pero ¿podemos afirmar que han desaparecido como tales?
La crisis climática, el mal gobierno o el abuso del sistema de patentes están haciendo que se propaguen virus y enfermedades que se creían controladas (como el del ébola o la viruela), las bacterias resistentes a los antibióticos, o que se extiendan plagas (como las de mosquitos) que normalmente se controlaban por el frío del invierno. ¿Quién dice que el jinete del caballo blanco que invoca a la Peste, a la enfermedad pandémica, ya no cabalga entre nosotros?
Hace unos días, mostraba en otro artículo que el gasto militar es el más elevado de la historia y también el número de conflictos y actos violentos. La tecnología se usa preferentemente para perfeccionar el armamento y los extremistas culpan de todos los problemas a los demás, incitando cada día con más frecuencia y odio al enfrentamiento. ¿No es ese el jinete del caballo rojo que siembra discordia y promueve y hace la Guerra, aunque ahora lo veamos bajo la forma de drones sofisticados, misiles hipersónicos, botón nuclear o partidos populistas?
Disminuye, ciertamente, el problema del hambre (aunque tenga picos algunos años) pero todavía mueren más de 20.000 personas cada día por su causa. Y, más allá de eso, hay cada vez más escasez de agua y aumenta la inseguridad en el acceso a recursos alimenticios esenciales en muchos lugares del mundo. Algunos estudios han estimado que la tasa de autosuficiencia y la capacidad para satisfacer necesidades alimentarias mínimas pueden reducirse en un 55% y un 61%, respectivamente, incluso en algunos países avanzados como Suecia, según diversos escenarios de perturbaciones o bloqueos comerciales. Es el caballo negro del Hambre sobre el que cabalga un comerciante portando una balanza diciendo «no dañes el aceite ni el vino». Una balanza que en nuestra época cae siempre sobre el mismo lado, sin importar que la avaricia dañe incluso a los recursos naturales y al equilibrio ambiental que los seres humanos necesitamos inexcusablemente para poder vivir en el planeta.
Durante decenios se ha ido ganando la batalla a la muerte alargando la esperanza de vida, pero incluso en esto se dan pasos atrás. Hasta tres años bajó en América y Sudeste asiático por la Covid-19, y eso mismo puede volver a ocurrir si siguen deteriorándose las infraestructuras y servicios públicos sanitarios. El caballo pálido de la Muerte nos espera a todos inexorablemente, pero los valores sociales dominantes, nuestra forma de vida y el ilimitado afán de lucro y la codicia de los poderosos se empeñan en hacer que acompañe antes de tiempo e injustamente a muchos millones de personas.
Escribió hace un siglo Blasco Ibáñez en su novela: «Los cuatro jinetes emprendían una carrera loca, aplastante, sobre las cabezas de la humanidad aterrada».
Lo sorprendente, ahora, es que los mismos jinetes siguen cabalgando entre nosotros mientras que la humanidad ya no se aterra. Parece inconsciente. Parece mentira.
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