“No hay covid entre los inmigrantes. De los lectores y sus intereses temáticos” de Antonio Izquierdo Escribano

Publicado en el mientras tanto electrónico del mes de septiembre. Siempre es interesante leer a este gran sociólogo (más que sociólogo), discípulo de Manuel Sacristán y amigo de Francisco Fernández Buey.

Casi mil personas leían la revista mientras tanto en 1985. Setecientos de aquellos lectores eran suscriptores y, el resto, la compraba en librerías. El colectivo de redacción decidió hacer una encuesta y los resultados se publicaron en el número 24. Hubo algunas sorpresas. En síntesis, se trataba de un público joven —tres de cada cuatro no habían cumplido los treinta y cinco años— y apenas había mujeres. Esto último constituía una mala señal para el violeta, uno de los cuatro colores de la revista. Había docentes, técnicos y empleados, profesionales liberales, estudiantes universitarios y pocos (un 6%) obreros manuales.
A aquellos lectores les interesaba sobre todo el pacifismo y la ecología. Seis de cada diez señalaban estos dos temas como los preferidos. Un tercio seguía asuntos entroncados con la tradición marxista revolucionaria (movimiento obrero, crítica de la ciencia, economía, filosofía). Cabe añadir que el nacionalismo tenía poco (12%) predicamento. Ocho de cada diez mientrastantistas también leía El Viejo Topo. Es probable que hoy sea distinto el perfil demográfico y social de los lectores y, quizás también, haya variado el orden de sus preferencias temáticas. Por ejemplo, ¿al lector de hoy le interesa la inmigración o el racismo?
Esta digresión viene a cuento porque, a finales de junio, mantuvimos un encuentro varios de los viejos redactores de mientras tanto. La pandemia y sus secuelas sociales fue uno de los temas abordados en la conversación y, por mi parte, insistí en el silencio que rodea a cuál es la incidencia del Covid-19 entre la inmigración extranjera. Esta preocupación se inscribe en el color rojo de la revista. En un momento de la reunión, el más escribidor de entre nosotros, preguntó al resto si considerábamos que valía la pena seguir editando la revista. Dijimos que sí. Pero ¿hay algún inmigrante entre los lectores de la revista? ¿A quién le interesa leer una nota sobre la salud de los inmigrantes?

Del virus y su incidencia entre los inmigrantes extranjeros
Se podría decir que el virus sabe tanto de sociología como de biología. El Covid-19 daña más a las personas que son vulnerables por edad y condición social. En ese sentido, los mayores y los pobres han sido los más castigados. El hecho es que, en una proporción desmesurada, los inmigrantes extranjeros caen del lado de los desposeídos, si bien, su edad media les hace más resistentes. Es la pugna entre el escudo de la juventud y la espada de la desigualdad social. Nos referiremos aquí a los inmigrantes extranjeros que se ocupan en tareas expuestas al virus. Pues bien, el hecho es que no aparecen forasteros en los datos oficiales de enfermos o fallecidos por coronavirus en España. Cabe decir que también renquean los datos en la mayoría de los países desarrollados que componen el club de la OCDE.
Son inmigrantes porque han nacido fuera; extranjeros porque no se han “naturalizado” en el país donde viven; y están más expuestos a la enfermedad porque las condiciones de su vivienda, su medio de transporte y su empleo propician el contagio. Hay otras categorías de inmigrantes que también resultan muy vulnerables al virus como los refugiados climáticos y aquellos que proceden de países en guerra. Son personas cuya salud se encuentra deteriorada debido a las carencias alimentarias e higiénicas padecidas durante los durísimos desplazamientos. Desde luego que también hay extranjeros altamente cualificados con poder y riqueza, pero no constituyen, ni de lejos, la mayoría de la población foránea. El grueso de los inmigrantes que se ha establecido en los países “más desarrollados” viven empantanados entre la precariedad y el desclasamiento.
Salta a la vista que en sus vidas y trabajos los foráneos están más expuestos que los autóctonos al Covid-19. Utilizan más el metro y los autobuses, viven en barrios más densos, se amontonan en viviendas pequeñas y de mala calidad. A ellos los hemos visto como temporeros recogiendo las cosechas, como transportistas de alimentos desde los supermercados y comercios o trabajando en la industria cárnica. Y, a ellas, como peluqueras, camareras, limpiadoras en toda clase de establecimientos y cuidando de los mayores en hogares individuales o colectivos. En fin, han atendido y protegido a los confinados seguros que nos recluíamos para trabajar desde nuestro domicilio. Y, sin embargo, si nos atenemos al discurso público, parece que el virus no les haya afectado.

¿Qué información tenemos al respecto?
En nuestro país no se conoce cuántos inmigrantes han muerto y enfermado como consecuencia del coronavirus. Podría argüirse que la composición demográfica de la inmigración en España explica su desaparición estadística. No hay Covid-19 entre los inmigrantes porque son más jóvenes que la población autóctona. Pero antes de aceptar esta justificación, hay que demostrar que no es la insuficiente calidad de los datos recogidos lo que más pesa a la hora de explicar ese vacío. Abundan los argumentos en sentido contrario: no acceden a los test, están menos informados, tienen más dificultad con el idioma, es mayor su indefensión laboral y no son pocos los que están en situación irregular.
Escasean los países que incluyen en sus registros el país de origen y la nacionalidad de los fallecidos. Pero con los datos que reúne la OCDE se ofrecen tres aproximaciones al tema que nos ocupa que son válidas para extraer conclusiones.
La primera pista es la incidencia del virus entre las minorías étnicas. La cautela es que en ese conteo figuran los inmigrantes que han nacido fuera junto a los descendientes que han nacido en el país, pero reclaman su identidad racial o cultural. La segunda vía nos habla del exceso de muertos según la nacionalidad durante la pandemia. Y la tercera, que es la más rigurosa, la conforman unos pocos países en cuyos registros estadísticos constan el país de origen y el de nacionalidad de los ingresados en los hospitales y de los fallecidos.
Por la primera ruta se comprueba que las minorías étnicas tienen tasas de mortalidad (ajustadas por edad) significativamente más altas, por ejemplo, entre los negros (hombres y mujeres) o los pakistaníes en el Reino Unido. Y también entre las minorías hispanas en los Estados Unidos de Norteamérica. En los países que siguen la segunda vía como son Francia y Países Bajos se observa un exceso de mortalidad respecto de años prepandémicos. Esa sobremortalidad se acentúa entre los norteafricanos, subsaharianos y asiáticos. El excedente se situó entre el doble y el cuádruple respecto de los nativos. Y, por fin, en los países nórdicos, se ha comprobado que la proporción de infectados duplica a la de los nativos y que la mortalidad de los refugiados recientes en Suecia (sirios e iraquíes) fue un 220% más alta en comparación con el promedio de 2016-2019. También en Canadá y Portugal se ha verificado el mayor riesgo de infección y mortalidad de los inmigrantes a pesar de tener una edad media más joven.

De las estadísticas oficiales en las democracias insuficientes
La profundidad de las democracias se mide por sus omisiones. Y las estadísticas oficiales no registran, o lo hace sin rigor, la incidencia del Covid-19 entre la población foránea. A estas alturas de la pandemia se sabe poco sobre la letalidad y la morbilidad que el virus ha producido entre los inmigrantes extranjeros. Se trata de una omisión política que, en lo esencial, se explica por la estrategia nacional de vacunación y por la capacidad para llegar a las poblaciones vulnerables.
En otras palabras, si la vacuna es demográfica, entonces, los inmigrantes se inmunizan cuando les corresponde por su edad. Pero si la vacunación hubiese sido más democrática, entonces, se hubiera contemplado el grado de exposición al virus y su contribución a la vida comunitaria. Siguiendo el criterio social, las cajeras de los supermercados, los vagabundos de las cosechas, los transportistas de alimentos y de paquetería o las limpiadoras de edificios y empleadas en el servicio doméstico, habrían estado entre los grupos prioritarios a la hora de recibir protección. En esas ocupaciones se concentran los asalariados foráneos. Por añadidura, la calidad de la democracia se evalúa por su atención a los desamparados. De ahí que el volumen de trabajadores indocumentados sea un indicador de marginación política, social y sanitaria. Cuántos más inmigrantes estén desprotegidos y tapados más se infraestimará la incidencia de la enfermedad.
Concluyamos afirmando que la fiabilidad de los datos guarda una estrecha relación con el lugar que ocupa la foraneidad en la jerarquía de cada sociedad. Pondré, para terminar, un ejemplo doméstico. En una pregunta convenida con un periodista y dirigida al gabinete de prensa del Ministerio de Sanidad del Gobierno de España se pedía información sobre la incidencia del virus entre las personas extranjeras. Es decir, el número de contagiados, ingresados y fallecidos por Covid-19. La respuesta literal fue que “para esa información tan específica debes dirigirte a las comunidades autónomas. Muchas gracias y saludos cordiales”. Aquí, “específico”, significa propio de seres marginales.

Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-204/notas/no-hay-covid-entre-los-inmigrantes

Autor: admin

Profesor jubilado. Colaborador de El Viejo Topo y Papeles de relaciones ecosociales.

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